Después de la experiencia del 98 si iba madurando en mi mente hacer el camino completo. Me había demostrado que podía hacer etapas sin problemas y la oportunidad se presentó en el 2.000. Una vez terminadas las clases ese junio me monté en un autobús y el día 30 de junio estaba en Roncesvalles dispuesto a iniciar mi camino por fin a pie y completo desde Roncesvalles.

Recuerdo que aquella noche primera fue terrible. El albergue todavía estaba en frente de la colegiata, en la parte de arriba de lo que luego era la oficina del peregrino, en el arco. Habían habilitado un dormitorio en la parte de arriba. Toda la noche se pasó lloviendo sin parar y me hizo que no pegara ojo, entre el ruido de la lluvia, el montón de gente durmiendo en un espacio pequeño y los nervios de la aventura que empezaba.

Esa tarde había ido a la bendición de peregrinos y también me llevé la desagradable sorpresa de la cena peregrina en La Posada. En el 97 habíamos estado allí hospedados varios días esperando las bicicletas y lo recordaba como un hotel aceptable y un restaurante bastante majo. La cena peregrina cambiaba todo eso ya que por tradición te colocan un plato de pasta peregrina y una trucha sin mayor miramiento y sin hacer honor a la categoría del restaurante durante todo el día.

De la etapa no recuerdo mucho hasta la llegada a Larrasoaña en donde nos esperaba Santiago Zubiri en el albergue. Estaba en el ayuntamiento y el propio Santiago estaba siempre esperando a los peregrinos. Le gustaba charlar con ellos. Nos fuimos a comer y en esa sobremesa conocí a Joseba. El restaurante disponía de varias mesas en las que se iban acomodando los peregrinos hasta llenarlas, debían caber unas ocho personas. Yo caí en una esquina y justo enfrente se sentó Joseba. El resto ya es leyenda: comenzó a hablar sin parar hasta sobre la mili y los militares hasta que yo, con mi acostumbrada mala sombra le dije que debía tener en cuenta que yo podía ser militar. Fue el comienzo de una gran amistad.