Nada más levantarnos descubrimos que estamos de verdad en Galicia: diluviando con mala leche. Nos quedamos un rato en el bar del hotel por ver si paraba un poco y cuando vimos algo despejado el tema (y porque sabíamos que nos íbamos a calar de todos modos) decidimos ponernos en marcha. Los primeros quilómetros son un suplicio de asfalto por ciudad. Una enorme avenida que parece no tener fin entre tráfico, ruido y lluvia: los principales elementos que pueden fastidiar a un caminante.
El camino remonta hasta el principio de la ría para cruzarla justo antes de entrar en Neda, lugar en el que se puede hacer una primera parada en la que olvidarse un poco del tráfico y del sonido de los coches. Un pequeño bar a la salida del pueblo nos volvió a colocar en lo que se supone que es un verdadero camino.
La siguiente parte de la etapa ya sí es mucho más bonita hasta llegar a Pontedeume, vamos todo el tiempo entre la ría de Ferrol y la de Betanzos y recorremos una de las zonas más bellas de Galicia, y de las más turísticas. La etapa podría concluir perfectamente en Pontedeume, de hecho es lo aconsejable para cuadrar mejor las etapas en cinco pero nosotros íbamos a hacer sólo cuatro, uno de los errores que hemos cometido.
Nuestro fin de etapa estaba en Miño, lugar de veraneo tradicional con un pequeño casco urbano y el resto de la población muy diseminada. Tiene una playa muy bonita con algunos restaurantes en los que reponer fuerzas y cuenta con un albergue de peregrinos algo básico y un poco a desmano, sobre todo para entrar y salir de la etapa.