Durante estos últimos días he andado muy liado con esto de adaptarme a este nuevo país por el que transitamos. Son muchos cambios desde que mi compañera de fatigas cada vez se parece más a Joseba. Ahora que así nos habíamos hecho a las sopas con verduras, al bacalao tamaño familiar y a los peregrinos en dosis moderadas llega Tui y nos devuelve a la pura y dura realidad del camino.
Antes de nada quiero hacer un alegato general sobre el mundo peregrino. Quiero dejar claro mi máximo respeto a cualquier forma de hacer el camino a pesar de mis comentarios. Quiero dejar claro que respeto profundamente a cada uno en su forma y en sus modos. Me parece igual de bien el que viene con lo puesto a vivir de la hospitalidad peregrina como el que viaja con maletas sansonite de hotel en hotel sin mochila a la espalda. Creo que todos tenemos derecho a caminar como nos da la gana y yo mismo hace tiempo que me declaré caminante más que peregrino. Lo que censuro en el camino es la falta de coherencia, no entiendo a los que van de puros y esconden los coches de apoyo, no entiendo a esos españoles que pasan a Portugal y desprecian el país como tercermundista (tendrían que darse una vuelta por su barrio). Yo creo que si vienes al camino a sufrir te vale cualquier cosa y las ampollas son como medallas que enseñar a las generaciones futuras junto a la Compostela que te diga «yo hice el Camino de Santiago», aunque sea los 100 quilómetros mínimos con coche de apoyo, llevando las mochilas en transporte. No entiendo el que esconde el coche para pillar sitio en el albergue público sin importarle que después llegará gente mayor, cansada y sin posibilidades. No entiendo el que busca albergue para ahorrarse unos euros en el hospedaje pero luego se gasta un pastón en vino y cervezas. No entiendo al que sale a las cuatro de la mañana corriendo para buscar sitio en el albergue siguiente aunque luego ni vea los paisajes ni los lugares por los que pasa. No entiendo al peregrino que no se para a charlar, a disfrutar, a pensar…
Dicho esto comienzo por manifestar que estoy hasta el gorro de frikigrinos, de turigrinos, de bicigrinos y de peregrinos puros en el camino. Desde qué llegamos a Tui esto es como un parque temático en el que las atracciones son la montaña rusa de la cuesta y la bajada puñetera entre piedras, la cola de espera el al albergue, la fila India en el camino con mil paradas con los pies cada vez más masacrados por las ampollas. Alucinas viendo a esos caminantes con botas de cuero enormes y mochilas de más de 15 quilos arrastrando sus pies por esos caminos de Galicia. Alguien debería explicarles que al camino se viene a disfrutar, a andar, a pensar y a hablar. Alguien debería contarles que los albergues son lugares de acogida en los que se ofrece un servicio y el peregrino agradece, no exige.
Estos días he visto gente hacer el camino con perros y dan ganas de decir que un perro sufre mucho en el camino. He visto una pareja con un niño de unos dos años haciendo el camino y alguien debería decirles que es una inconsciencia. En fin, ves gente de todo y te callas y saludas con cortesía, son las cosas del camino.
Nuestro camino ha transcurrido entre todas estas cosas y gentes sin grandes novedades, vamos físicamente muy bien y el tiempo nos acompaña. Galicia es un regalo para nuestros estómagos aunque un castigo para los bolsillos. La etapas son duras por el constante sube y baja del terreno aunque no muy largas, salvo la de Tui a Redondela. El paisaje es una maravilla salvo excepciones.
Al salir de Sao Roque el camino va paralelo a la carretera casi todo el tiempo por el trazado de la antigua calzada romana XIX. Evita casi siempre la carretera aunque la llegada a Valença do Minho se hace un poco pesada. La inmersión en Valença es un anticipo a lo que nos viene encima: miles de turistas regateando toallas de origen más chino que portugués casi todos españoles. Es una preciosa ciudad a la que si le quitaras los turistas quedaría de lujo.
Nuestra pesadilla comenzó en Tui al buscar alojamiento. Tras varios sustos de más de 65 euros por habitación nuestros pasos nos llevaron al hostal Scala en el centro. 30 euros la habitación sirven para pagar un antro difícil de describir más allá de el tópico de casa de los horrores. Pese a todo hay que reconocer que el sitio está bastante limpio a pesar de las apariencias y da para ducharse sin crocs y cagar sentado (salvo mi esposa, que para eso es muy suya).
La comida en el mesón junto al albergue privado que están al inicio de la calle que baja a la playa no fue todo lo bueno que esperábamos. Mi recuerdo era de una velada estupenda con Joseba pero acabó siendo una comida entre sudores, pimientos de chinchón (porque de padrón no eran) y poca amabilidad de la camarera, que debe ser que le gustó más Joseba que Mar.