Hoy el día ha sido una repetición de lo que hicimos el año pasado Joseba y yo, salvo porque estoy escribiendo en la misma terraza pero sin zumbados alrededor peleándose. Puedes leerlo eneste enlace (pincha aquí)
Pero lo que sí fue diferente fue la tarde de ayer. Es cierto que no teníamos fiesta en la calle pero no nos faltó en el albergue en forma de turigrinos VIP versión «hemos anulado la reserva de los Alpes y por eso estamos aquí».
Al poco rato de regresar de la comida, mientras yo escribía la entrada y Mar se había retirado a planchar el pabellón auditivo, llegaron una familia y se instalaron. Se trata de un matrimonio de unos treinta y algo con dos niños de unos 12-14, más o menos. Si nos hubiéramos centrado en la parte femenina todo sería más o menos normal. Llevan un coche para transportar las bicis, equipaje de los que no puedes pasar en los aeropuertos sin dejarte un sueldo y bicis última generación. Son madrileños (esto sólo es un dato anecdótico porque ya sabéis que yo no tengo nada contra la capital del reino y sus inquilinos, por lo menos no con todos). Pero el problema eran ellos. El Niño, un mocoso hiperactivo que no paraba de jugar a todo lo que tuviera bolas, fútbol, baloncesto, tenis, etc. Cada diez minutos sacaba un nuevo juego de algo del coche a modo del baúl de la Piqué. Y luego estaba el padre, secundando a su hijo en todos estos juegos en los huecos en los que dejaba de depilares las piernas con unas pinzas y quitarse los pelos enquistados, para asco generalizado del personal presente, o sea, yo.
Cada juego representaba un modo de demostrar el nivel «los Alpes» con comentarios como «dale de revés a la pelota, a modo defensivo, como cuando estás jugando al papel», o «papá, mi golpe fuerte es el revés, como cuando estoy ganando al Badmington», esto último lo decía mientras mandaba el volante pelota de un tirón a la finca de la casa cercana al torreón del otro lado del pueblo.
Ante tal nivel de glamour y golpes a modo de bailarina con zuecos, borracha y en un alambre, así como alternancias con un balón de fútbol al mejor estilo chimpancé, llegó la frase del padre. Fue algo como dejado caer, casi como quien no quiere la cosa: «es que nosotros deberíamos estar hoy en los Alpes, pero he anulado la reserva». La primera vez que lo dijo no le di mayor importancia, al fin y al cabo parecía raro cambiar unas vacaciones en Alpes por un mísero albergue del camino compartiendo habitación con una teutona y sus dos hijos adolescentes que sólo dormían. Pero es que cada diez o quince minutos lo volvía a decir. A veces era el propio hijo el que preguntaba ¿estamos aquí porque has anulado lo de Alpes, verdad? Y el padre le confirmaba tal situación.
Diez o quince veces después, con Mar ya levantada volvieron a repetirlo a coro mientras degustábamos unas magdalenas de coco y una copa de oporto que amablemente la señora del albergue nos había ofrecido. Los niños, mientras tanto parecían más bien salidos de un comedor social que del Ritz, porque se bebieron dos litros de zumo de naranja (con un par de quilos de azúcar para complemento vitamínico) y no nos dejaron casi ni catar las magdalenas. Menos mal que los padres no les permitieron beberse el oporto, que si no nos dejan sin nada.
Ante la situación nos marchamos a cenar al bar típico que nos habían aconsejado en el restaurante del mediodía. Un pulpo espectacular nos esperaba acompañado de mollejas, bacalao y una buena botella de vino verde. 16 euros incluyeron también postre a elegir así como un par de cositas de oporto a modo de digestivo.
Regresamos al albergue y todo estaba ya tranquilo. Sin saber nada de nuestros compañeros nos fuimos a la cama. El reloj nos ha despertado a las 5:45 tras un pequeño susto de ciempiés sobre mi hombro. La etapa ha transcurrido según lo previsto primero hasta el hermoso puente en el que termina el infierno de carretera y luego hasta San Pedro de Rates. Hemos coincidido con los peregrinos italianos y hemos hecho un tramo con ellos. Se trata de un matrimonio del sur de Italia pero que viven en Torino. Ella es de Torre del Greco, junto a Pompeya y cocina muy bien (eso dice, al menos su marido).
La etapa transcurre por lugares muy bonitos entre carreteras secundarias y algún peligroso tramo de carretera. Las casas son de un nivel muy alto a medida que nos vamos acercando a Barcelos, la comstrucción es de piedra y cada vez más parecido en todo a Galicia.
También hemos coincidido un ratito con una pareja de peregrinos en bici de Valencia. Nada más pasarnos y ver que éramos españoles se han bajado de las bicis y hemos caminado un buen tramo con ellos. Comenzaron el camino en Huelva y ya han hecho varios, siempre en bici, dicen que han comido muy mal, en general, y que no se hacen bien al tema de restaurantes y alguna cosilla más. Si me estáis leyendo podéis escribir un comentario y saludarnos, así como poner vuestro twiter y Facebook.
La llegada a Barcelos ha sido muy bonita, venimos muy bien de fuerzas y apenas nos hemos dado cuenta de la dureza de la etapa hasta que al llegar al hotel hemos visto que íbamos empapados en sudor.
La tarde ha pasado entre la comida (arroz con rape en el restaurante Solar Real, siesta viendo la cromo escalada del Tour y hablar con las niñas. Luego hemos ido a dar un paseo por el pueblo y hemos disfrutado de una agradable tarde sin zumbados peleando, aunque alguno había bailando. En la plaza hay montado un escenario en el que parece que cualquiera puede subir a hacer el chorra, porque lo que es tocar no toca nadie.
Hoy en Barcelos se ha cumplido otra de las teorías de las de Mar. Resulta que lleva todo el camino convencida de que e Portugal no hay niños. Bien es cierto que a lo largo de todo el camino no hemos visto casi niños y los pocos que hemos visto eran turistas. Eso le ha llevado a una gran preocupación a la altura de que las casas tengan todas las ventanas de la parte de delalante cerradas (también está en esta línea que los portugueses no montan piscinas porque aquí hace mucho frío y el agua no se calienta). Hoy ha acabado lo de que no hay niños porque los hemos visto todos aquí, lo que le lleva a pensar que debe ser que los han concentrado los de todo Portugal en Barcelos (yo creía que se los comían de pequeños para evitar problemas cuando crecieran)
Y la cena en Dom Antonio nos ha llevado hasta un paseo posterior a la luz de la luna hasta el escenario de la plaza en el que tocaban, o algo así, un grupo folclórico del lugar. Y cuando digo cantar me refiero a que emitían sonidos acompañados por instrumentos musicales porque lo que se dice cantar no cantaban un pimiento.
Así termina el día y preparamos la etapa de mañana, larga y compleja.
Oporto
Retomando el camino
El día de ayer pasó entre descansar y la visita a algunos de los rincones más bonitos de Oporto. La mañana nos llevó hasta Gaia para ver una bodega de vinos, la Burmester. Allí coincidimos con una pareja de señores de Brasil que vivían en Madrid y dos matrimonios españoles, de Roquetas de Mar. El vino de la degustación y las fotos de rigor permitieron la confraternización de todos hasta comprobar que los almerienses conocían a gente de Oria y habían hecho parte del camino de Santiago, concretamente desde Sarria «sin coches de apoyo», insistieron en la autenticidad de su camino.
Tras una pequeña explicación por mi parte sobre la historia del Oporto y su relación con los ingleses y otra sobre mis caminos a Santiago nos despedimos. Nosotros nos encaminamos hacia una marisquería a la que le habíamos echado el ojo por la mañana y que estaba cerca del hotel, la marisquería Acuario. Allí dimos cuenta de un estupendo arroz de marisco regado con un estupendo vinho verde. La compañía era una pareja de portugueses a la que se unió, a última hora, un matrimonio de españoles a media cocción, es decir, de los que salen de España y piensan que como el bar de su pueblo nadie hace los huevos fritos salvo la propia mujer (sin duda ama de casa). Montaron un espectáculo muy a la moda de los españoles en Portugal al intentar hacer entender al camarero que el vino aquí es peor que en España porque el blanco tiene mucho gas y es «como la gaseosa» (sic)
Sin mayores incidencias nos retiramos al hotel, Marcame (así denomino ahora a mi compañera desde que ha decidido nombrarme como juanmacapa) a planchar la oreja y dormir la mona que había pillado entre la cata de Oporto y el vinha verde de la comida. Yo me dediqué a intentar superar a mi hermanita al candy crush saga tras haber comprobado que la muy desgraciada está haciendo horas extras y ha llegado tres niveles por encima de mí. Estuve toda la tarde y parte de la noche hasta alcanzarla y sigo en ello para ver si pongo las cosas en su sitio y le vuelvo a adelantar, aunque el nivel 130 se las trae.
Después de la siesta reparadora de Marcame y de haber lavado por enésima vez su camiseta de los restos de la lucha con las gambas de la comida mezclada con la abundancia de alcohol (su camiseta va a dos lavados de manchas al día), nos fuimos hacia la librería de Lello & Irmao a hacer unas fotos y comprar algún pequeño recuerdo que cupiera en la mochila sin pesar demasiado. Por supuesto grabé algún vídeo del lugar a pesar de la prohibición.
De la librería al Bar Ponte Pensil, lugar romántico, bello e ideal para pasar una tarde tranquila contemplando pasar el tiempo y los turistas, y si tienes frío los camareros te colocan una mantita azul celeste sobre los hombros que te protege también de la humedad (por supuesto que Marcame no se pondría nunca una de estas tras haber pasado por cubrir cuerpos desconocidos).
Y en este momento tengo que volver a hacer alusión a la parte más entretenida de nuestro viaje: las teorías de Mar. Para mi querida compañera todo lo que ocurre en esta vida debe tener una explicación que, por supuesto, ella misma se inventa. Os pongo un ejemplo de teoría clásica: de todos los restaurantes de la zona de la Ribeira ella dice que el primero ( junto a la plaza) es el que más lleno está siempre. Ella tiene la teoría de que esto es así porque como es el primero todos los turistas tienen la simpleza de no molestarse en buscar más y se quedan allí. Por supuesto cada vez que pasamos por esa terraza (unas 10 al día) ella me vuelve a contar su teoría. De nada sirve que yo intente argumentar cosas como que hay turistas que vienen de la otra parte del paseo y para ellos ésta es la última terraza (la de la otra punta siempre está vacía), o le digo que solemos ver a los turistas dando vueltas mil veces antes de elegir el lugar. Ella me responderá siempre con argumentaciones que son completamente inventadas pero a las que ofrece tal grado de firmeza que es absurdo seguir argumentando. Así te contestará que los turistas que vienen del puente todos han pasado primero por la terraza porque venían de la plaza y que sí viene del puente es porque están de vuelta. Sobre lo de mirar otras cartas te dirá que es sólo para confirmar que la opción que han tomado es la más adecuada porque los otros restaurantes son más caros, más baratos, más sucios o cualquier otra cosa. En definitiva, yo no me molesto en argumentar nada y ella se queda tan contenta con su explicación.
Teorías como estas pueden surgir unas docenas todos los días sobre cualquier tema o persona. Si vemos una pareja ella establece el tipo de relación que tiene o su estado de ánimo.
Otra de las cuestiones que le preocupa cada vez que nos ponemos a comer en un restaurante y ve una pareja sentada es que las parejas se comunican poco. Su teoría es que están cansados el uno del otro y por eso no hablan sino que miran la tele, sus teléfonos o, simplemente se ignoran. Esto, por supuesto,no nos ocurre a nosotros gracias a que ella no para de contarme esas teoría y de ese modo ni me deja ver la tele, ni puedo revisar los correos del teléfono, ni jugar al Candy cuando se recuperan las vidas. Ella sí tiene una buena comunicación de pareja.
Pues así las cosas y tras dos estupendas cervezas nos fuimos a cenar al restaurante en que habíamos comido el día anterior y que contaban con una parrilla estupenda en la que se asaban los pollos y demás lindezas. La cena ha sido suave y plácido el paseo hasta regresar al hotel para preparar todo y salir temprano.
A las seis menos cuarto ha sonado el despertador y nos hemos puesto en marcha. 25 km de carreteras entre casas, polígonos industriales y coches a toda pastilla intentando aniquilar peregrinos. Al salir hemos encontrado una padaría para desayunar y allí hemos coincidido con los italianos a los que hemos saludado afectuosamente (por fin confraternizamos con ellos). Hemos visto algunas parejas de peregrinos a lo largo de la ruta y sin grandes dificultades hemos llegado hasta Vilarinhos, a Casa da Laura. Otra vez el paraíso en el camino en habitación de matrimonio por 20 euros los dos. Todo súper limpio y muy bien atendido, sigue siendo un placer por los buenos servicios y la simpatía de la gente aquí.
Nos hemos duchado, hemos lavado y nos hemos ido a comer al restaurante del pueblo junto al castillo.
La tarde se plante muy peregrina ya que poco a poco van llegando nuevos turi-bici-peregrinos que seguro que acabarán compartiendo velada, entre otras cosas porque no hay mucho más que hacer aquí.
En la comida hemos demostrado nuestras habilidades en eso de comer en Portugal sorprendiendo al propio camarero que nos ha reconocido que es la primera vez que se entiende tan bien con peregrinos españoles en eso de explicar lo de la canaca, el frango y demás. Yo le he argumentado nuestra experiencia en estos temas y en cuestiones como el bagazo.
Marcame se ha retirado a sus cuarteles a eso que tanto le gusta después de comer y yo me he puesto a jugar (casi paso de nivel un par de veces y gano a Inma) y escribo la entrada del día.
Desde el Magestic de O Porto
Os pongo al día de todo lo sucedido, siempre de lo que se puede contar, que la censura lleva intentando actuar desde hace días y usando métodos perversos a la vez que persuasivos. No digo más.
La etapa desde Abergaria se desarrolló sin incidencias, a buen ritmo y sin grandes dificultades, salvo por una pequeña ampolla que le ha salido a Mar pero que no parece algo complicado.
Después de leer la etapa del año pasado nos fuimos a dormir algo asustamos por lo que vivimos el año pasado.
Toda la etapa está muy bien descrita en el blog salvo en una pequeña diferencia: el año pasado hizo un calor terrible pero este nos ha hecho un tiempo estupendo. La primera parte discurre entre bosques por caminos de tierra y hemos encontrado un bar abierto en la carretera en Albergaría a Nova. Se trata de un café, sala de juego, pastelería, restaurante y muchas cosas más regentado por dos señores, una pareja de muy avanzada edad. Ella se encargaba de la parte de los juegos de azar y no paró de mojar un bizcocho en el café durante todo el tiempo que estuvimos allí. Él nos preparó las tostadas al ritmo salsero de un viejo moviéndose en la luna sin gravedad y con escafandra. Todos los intentos de Mar fueron inútiles para conseguir que el señor hablara, lo más que pudo hacer fue esbozar una ligera sonrisa, o quizás fuera un gesto de dolor al desplazarse la dentadura postiza. Pero su color de piel siguió siendo blanco, como de otro mundo.
Al poco de llegar aparecieron los italianos que habíamos visto el primer día. A lo largo de las últimas etapas hemos ido coincidiendo con ellos circunstancialmente y sin mucha relación (vamos, que ni nos saludan).
Después de que el tiempo se hubiera detenido en el desayuno y de una bajada a los servicios muy a la altura de la bajada a los infiernos de Eneas en busca de su padre (pero sin Can), nos volvimos a poner en marcha por carreteras secundarias que viran y reviran constantemente subiendo y bajando valles,casi todo asfalto y con un fresquito genial hasta Oliveira de Azemeis. Lo único problemático ha sido el tema de la fisiología de Mar ante tantas casas por todos lados.
Sin mucho problema hemos llegado a Sao Joao da Madeira con ánimos para continuar los 7 quilómetros restantes hasta Malaposta. Nos ha sorprendido que el pueblo estaba lleno de gente por todas partes con bici, andando y con aspecto deportivo. Al principio no le hemos prestado mucha atención y hemos llegado hasta una plaza al final casi de la ciudad para descansar y retomar el camino.
Al llegar a la plaza toso estaba lleno de cintas marcando un recorrido ciclista y por la otra punta de la plaza salían los peregrinos José y Gerard (Zumaia e irlandés). Mientras tomábamos algo yo he llamado al hotel para reservar pero…. Estaba lleno.
Ante la perspectiva hemos decidido, muy a pesar nuestro, buscar alojamiento en Sao Joao y al día siguiente hacer los 37 hasta Oporto. Todos los hoteles de la ciudad y de las ciudades cercanas están llenos porque lo que hay en el pueblo es una concentración deportiva juvenil con miles de participantes que han llenado todos los sitios para dormir, desde hoteles a plazas de la ciudad.
Desesperados ante la situación hemos tomado una decisión de urgencia: buscar un tren a O Porto y alargar nuestra estancia un día allí. Por suerte la estación estaba cerca de la plaza y salía un tren a las 2:55. Hemos ido a comer algo y hemos encontrado un asadero de pollos (por fin mi sueño hecho realidad).
Tras 30 minutos de infarto, un pollo comido y dudas ante la aventura del tren, nos hemos montado en un vagón que hace referencia a un mundo pasado, muy pasado. El tren acaba en Espinho y allí hay que tomar otra estación a unos cien metros desde la que tomamos la línea a Porto.
Sin mayores incidencias, salvo por haber parado en la estación de Porto-Campanha a casi 45 minutos a pie del hotel en lugar de llegar a Porto Sao Bento a menos de 5, hemos llegado a Malaposta, pero al hotel de Oporto.
Ducha rápida y visita a la ciudad que nos ha descubierto que el hotel está muy bien situado, cerca del centro y de todas las cosas. Hemos cenado en la Ribera y luego hemos dado un paseo romántico (sobre todo por el frío) hasta Gaia, que está en fiestas para variar. Después de varios intentos de Mar por comprar churros portugueses de muy buena pinta, hemos regresado al hotel a descansar.
El día de ayer lo pasamos visitando la ciudad, por la mañana tuvimos crucero por el Duero y por la tarde una copa de Oporto en una terraza en Gaia (5 euros copa y cerveza).
Por la noche cena que prometía romántica pero se truncó gracias a las aperturas económicas de Mar que decidió sacrificar el glamour por las sardinas a buen precio (nuestros estómagos y nuestros bolsillos lo agradecieron.
La mañana de hoy promete más de lo mismo con vista al mercado, a la librería que inspiró la biblioteca de Harry Potter Lello e Irnao
Ahora escribo desde el café Maiestic mientras a mi alrededor el glamour y el lujo se sirven en forma de desayuno especial que incluye copa de champagne.
De lo que pudo haber sido, y fue mejor
Después de una maravillosa tarde en Oporto esperando la puesta de sol, tras deleitar nuestro paladar con una jarrita de vinho verde en una terraza junto al río y después de una excelente cena, a pesar de la actitud del camarero jefe… Nos fuimos a dormir a nuestro espectacular alojamiento. Tal y como era previsible la habitación tenía dos compañeros más que, a pesar de mis indicaciones a Renato por la mañana, no estaban a la altura de lo que esperábamos en cuanto a edad ni sexo. Una pareja de maduritos franceses han tenido el placer esta noche de compartir nuestros ronquidos entre la fiesta infinita de la calle que no ha parado hasta las cinco de la mañana. Y es que el alojamiento se encuentra en una calle que debe ser el lugar más concurrido y marchoso de Oporto los viernes noche porque la fiesta y sus consecuencias llegaba hasta la cuarta planta en la que estaba nuestra habitación. De cualquier modo el cansancio era tan grande que hemos dormido aceptablemente hasta que las seis han marcado el momento de la puesta en marcha.
Hemos sacado las cosas lo más silenciosamente posible y nos hemos arreglado en el pasillo. Joseba ha subido a ver si nos daban la ropa que habíamos dejado a lavar la mañana anterior porque entre estas estaban mis pantalones y tampoco era cuestión de ir por ahí en calzoncillos.
Tras varios intentos ha conseguido despertar al chico que nos esperaba arriba para ofrecernos el desayuno y que debía darnos la ropa.
Un desayuno sencillo pero agradable y abundante nos ha predispuesto positivamente ante la etapa que nos esperaba y que nos dejaría a 40 km de Oporto entre asfalto y calor.
La salida de la ciudad son más de 10 km de casas sin fin por una calle recta llena de bares y padarias que ya no nos hacían falta porque habíamos desayunado. Mientras íbamos haciendo quilómetros Joseba me ha recordado la teoría de que en el camino si te hace falta algo seguro que no lo encuentras, como el otro día un lugar para tomar café, pero si ya no te hace falta vas a ver cientos sin problema.
Saliendo de Oporto hemos encontrado unas chicas españolas que han salido de Oporto y nos han contado que ellas se quedaban en Vilarinhos porque les habían dicho que había albergue. Este es el lugar en el que habíamos buscado sitio para dormir porque evitaría el pasón de etapa de hoy y los 16 previstos para mañana hasta igualar ambas. Encantados ante esta perspectiva hemos devorado quilómetros de asfalto entre un Oporto sin fin y con un paisaje cada vez más «gallego» en el que las casas de piedra, el verde y los olores cada vez recuerdan más nuestro destino final.
Café de recuperación y llegada a Vilarinhos en el que nos aguardaba una conjunción de estrellas que vienen a recordarnos por qué nos gusta tanto esto de hacer el camino.
Al llegar una pequeña indicación nos mandaba al albergue a la derecha. A la puerta había un grupo de peregrinos que nos han dicho que había que llamar pero ellos no se quedaban porque en realidad iban a comenzar la etapa a esa hora.
Una señora nos ha abierto la puerta y nos ha dicho que debíamos esperar un cuarto de hora porque estaba arreglando la habitación. Hemos ido a tomar una cerveza al bar de al lado para hacer tiempo.
Al regresar nos ha abierto un señor para ofrecernos alojamiento por 10 euros, sábanas, toallas, jardín fresquito, wifi en el patio y además nos han dicho que en el centro del pueblo hay una fiesta gastronómica en la que ellos tienen un puesto con comida para que vayamos después.
Es decir, de 40 km a pleno sol con sol de justicia para llegar a ningún sitio hemos hecho 25 km estamos en un albergue chulísimo que tiene hasta jabón para lavar la ropa y un cercado con patos e incluso un cerdo, en medio de una feria gastronómica en la que degustar manjares típicos de la zona y para colmo con un fresquito estupendo que corre a la sombra mientras escribo con la wifi del lugar.
Dicho y hecho, tras ducha y lavado de ropa nos hemos ido al pueblo, no más de 300 metros y allí estaban nuestros anfitriones ofreciendo una botella de vinho verde y callos con judías (plato típico de la región, tripas al estilo de Oporto) y Joseba una carne en salsa también típica de aquí. Parece que el al albergue lleva abierto unos cuatro meses y ya ha recibido un montón de peregrinos, es un lugar agradable y la gente que lo llevan parecen estupendos, ya os contaré mañana.
Resumen de la etapa: 25,71 en 4:32 a 5,7 km/h de media, sol con algunas nubes y todo asfalto y casas. El último tramo pasa por una carretera estrecha sin arcén muy peligrosa porque va entre muros y la gente va disparada. Debe ser que eso de velocidad controlada es sólo por estadísticas porque aquí los conductores no le hacen ni caso y casi perdemos las barbas (o peor)
Desde Oporto sin demasiado calor
Lo primero que tengo que decir es que hoy estoy escribiendo desde aquí:
Lo que quiere decir que estamos en Oporto, como podéis comprobar. Pero primero os cuento lo de anoche.
Nos fuimos a cenar a eso de las 8:30 a la marisquería, lugar única opción y he de decir que el buey de mar está delicioso junto al caldo verde que me ventilé. Joseba no tenía mucha hambre por lo que se pidió una ensalada rica que consistía en una fuente de ensalada y fruta tipo fuente descomunal.
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Por supuesto que el acompañamiento fue una buena botella de vinho verde que al marisco le sienta de maravilla. Un buen ratito después y tras una interesante conversación en la que mi querido amigo me habló de sus fobias y manías entre pinza y patita de crustáceo.
La caída en la cama fue fulminante y no me dio tiempo ni para empezar a leer el segundo tomo de Juego de tronos ni ganar alguna partida de apalabrados.
La mañana ha amanecido a las seis, como siempre, con la musiquita del teléfono de Joseba aunque ya estábamos despiertos los dos.
La etapa de hoy ha sido asfalto, casas, urbanizaciones sin fin y bastante calor aunque el encontrar el bar de enfrente del hotel abierto para desayunar nos ha animado bastante. Tras dos cafés con un bollo para absorberlo nos hemos,dispuesto a recorrer carretas secundarias, caminos e incluso algún que otro tramo de calzada romana.
Algo que uno nunca debe hacer en el camino es afirmar nada y así lo hemos comprobado los dos: Joseba ha pedido que no hubiera más tramos de adoquín porque le machacaban los pies y gracias a esa petición hemos disfrutado de todo tipo de piedras incrustadas en nuestras doloridas plantas. Yo, por mi parte lo que he pedido es que el camino fuera en descenso hacia Oporto y el resultado han sido más de 700 metros de desnivel subidos a lo largo de la etapa. Ante tales regalías no os hemos atrevido a pedir nada más no fuera a ser que Santiago tuviera a bien concedernos ración doble de todo.
De lo más bonito la calzada romana y algún pequeño tramito de tierra entre eucaliptos, de lo más sorprendente las dimensiones del monasterio de Grijó, lugar de parada técnica para un café con ligoteo incluido de mi compañero con la esbelta camarera del mesón (años los debía tener todos).
Sin demasiado calor aunque sudando a chorros ante el sube y baja constante hemos llegado hasta Vilanova, antesala de Oporto y lugar previsto para cerveza reparadora. En estos días el paisaje ha ido cambiando progresivamente y cada vez se parece más a Galicia: los llanos y el calor han ido dejando lugar a los bosques y las constantes subiditas entre valles. Los olores y los colores cada vez recuerdan más el norte junto a las berzas cultivadas en infinita ascensión o las huertas pequeñas llenas de todo tipo de productos.
La llegada a Oporto es verdaderamente espectacular. Es cierto que me ha sorprendido mucho porque el concepto que tenía de la ciudad era más bien malo. La llegada con la vista desde el puente me ha dejado impresionado.
Nada más llegar nos hemos puesto a buscar alojamiento pero la cosa se ha complicado porque todos los lugares estaban llenos. Después de un buen rato hemos preguntado en un lugar y nos han dicho que sí tenían pero en habitación múltiple a un precio de 16 euros. Sin dudarlo hemos,aceptado ante la perspectiva de no encontrar nada aunque hemos tenido que dejar las mochilas e irnos a comer porque la habitación no estaba disponible hasta las 3.
Hemos comido en un restaurante de la orilla previa degustación de una cerveza tamaño familiar (ver flick). Paa mí caldo verde, para variar, y tres esvásticas sardinas grilhadas. Joseba, que pide las cosas sin saber qué son ha dado cuenta de una bifana.
Tras comer hemos dado un paseo por la otra orilla del río y hemos hecho una fotos inmersos en la marea de turistas de todo calado y entre los que destacan nuestros paisanos.
Al llegar al hotel-albergue-loquesea, nos ha recibido amablemente Renato, alucinado ante avezados wifigrinos famoso nosotros. Amablemente nos ha ofrecido una copa de oporto mientras nosotros le pedíamos que la compañía de la noche fuera agradable de ver (si femenína ya sería de nota). Y es que estamos alojados en una habitación con seis camas que se pueden ir llenando a lo largo de la tarde. Lo demás son todo tipo de amabilidades por parte de nuestro agradable anfitrión. Nos hemos duchado mientras terminaban de pasar la aspiradora y encima nos lavan la ropa en lavadora y gratis. Encima está bien situado y el único problema quizás sea tener que subir varias plantas hasta alcanzar la habitación.
Al bajar Renato nos ha aconsejado visitar algunas cosas de Oporto y hemos hecho una rutita según nuestros fatigados pies,o permitían, ahora estamos en una terraza frente al Douro viendo pasar turistas en barco mientras españoles nos rodean a la conquista del país vecino mientras España se cuela en la final de baloncesto según nos cuenta internet y Joseba reclama rebajar los 39 km de la etapa de mañana. Putas ratas voladoras nos rodean con gesto amenazante y yo amenazo con acabar poniéndome el polar antes de que la noche acabe para envidia de nuestros queridos amigos murcianos y demás. Ahora nos espera la cena, a ver qué nos depara la noche y si dormiremos solos o en compañía.
Resumen de la etapa: 29,19 km a 4,9 km/h de media en 6:00 horas porque el último tramo lo hemos hecho parando y haciendo fotos.