Hoy el día ha sido una repetición de lo que hicimos el año pasado Joseba y yo, salvo porque estoy escribiendo en la misma terraza pero sin zumbados alrededor peleándose. Puedes leerlo eneste enlace (pincha aquí)
Pero lo que sí fue diferente fue la tarde de ayer. Es cierto que no teníamos fiesta en la calle pero no nos faltó en el albergue en forma de turigrinos VIP versión «hemos anulado la reserva de los Alpes y por eso estamos aquí».
Al poco rato de regresar de la comida, mientras yo escribía la entrada y Mar se había retirado a planchar el pabellón auditivo, llegaron una familia y se instalaron. Se trata de un matrimonio de unos treinta y algo con dos niños de unos 12-14, más o menos. Si nos hubiéramos centrado en la parte femenina todo sería más o menos normal. Llevan un coche para transportar las bicis, equipaje de los que no puedes pasar en los aeropuertos sin dejarte un sueldo y bicis última generación. Son madrileños (esto sólo es un dato anecdótico porque ya sabéis que yo no tengo nada contra la capital del reino y sus inquilinos, por lo menos no con todos). Pero el problema eran ellos. El Niño, un mocoso hiperactivo que no paraba de jugar a todo lo que tuviera bolas, fútbol, baloncesto, tenis, etc. Cada diez minutos sacaba un nuevo juego de algo del coche a modo del baúl de la Piqué. Y luego estaba el padre, secundando a su hijo en todos estos juegos en los huecos en los que dejaba de depilares las piernas con unas pinzas y quitarse los pelos enquistados, para asco generalizado del personal presente, o sea, yo.
Cada juego representaba un modo de demostrar el nivel «los Alpes» con comentarios como «dale de revés a la pelota, a modo defensivo, como cuando estás jugando al papel», o «papá, mi golpe fuerte es el revés, como cuando estoy ganando al Badmington», esto último lo decía mientras mandaba el volante pelota de un tirón a la finca de la casa cercana al torreón del otro lado del pueblo.
Ante tal nivel de glamour y golpes a modo de bailarina con zuecos, borracha y en un alambre, así como alternancias con un balón de fútbol al mejor estilo chimpancé, llegó la frase del padre. Fue algo como dejado caer, casi como quien no quiere la cosa: «es que nosotros deberíamos estar hoy en los Alpes, pero he anulado la reserva». La primera vez que lo dijo no le di mayor importancia, al fin y al cabo parecía raro cambiar unas vacaciones en Alpes por un mísero albergue del camino compartiendo habitación con una teutona y sus dos hijos adolescentes que sólo dormían. Pero es que cada diez o quince minutos lo volvía a decir. A veces era el propio hijo el que preguntaba ¿estamos aquí porque has anulado lo de Alpes, verdad? Y el padre le confirmaba tal situación.
Diez o quince veces después, con Mar ya levantada volvieron a repetirlo a coro mientras degustábamos unas magdalenas de coco y una copa de oporto que amablemente la señora del albergue nos había ofrecido. Los niños, mientras tanto parecían más bien salidos de un comedor social que del Ritz, porque se bebieron dos litros de zumo de naranja (con un par de quilos de azúcar para complemento vitamínico) y no nos dejaron casi ni catar las magdalenas. Menos mal que los padres no les permitieron beberse el oporto, que si no nos dejan sin nada.
Ante la situación nos marchamos a cenar al bar típico que nos habían aconsejado en el restaurante del mediodía. Un pulpo espectacular nos esperaba acompañado de mollejas, bacalao y una buena botella de vino verde. 16 euros incluyeron también postre a elegir así como un par de cositas de oporto a modo de digestivo.
Regresamos al albergue y todo estaba ya tranquilo. Sin saber nada de nuestros compañeros nos fuimos a la cama. El reloj nos ha despertado a las 5:45 tras un pequeño susto de ciempiés sobre mi hombro. La etapa ha transcurrido según lo previsto primero hasta el hermoso puente en el que termina el infierno de carretera y luego hasta San Pedro de Rates. Hemos coincidido con los peregrinos italianos y hemos hecho un tramo con ellos. Se trata de un matrimonio del sur de Italia pero que viven en Torino. Ella es de Torre del Greco, junto a Pompeya y cocina muy bien (eso dice, al menos su marido).
La etapa transcurre por lugares muy bonitos entre carreteras secundarias y algún peligroso tramo de carretera. Las casas son de un nivel muy alto a medida que nos vamos acercando a Barcelos, la comstrucción es de piedra y cada vez más parecido en todo a Galicia.
También hemos coincidido un ratito con una pareja de peregrinos en bici de Valencia. Nada más pasarnos y ver que éramos españoles se han bajado de las bicis y hemos caminado un buen tramo con ellos. Comenzaron el camino en Huelva y ya han hecho varios, siempre en bici, dicen que han comido muy mal, en general, y que no se hacen bien al tema de restaurantes y alguna cosilla más. Si me estáis leyendo podéis escribir un comentario y saludarnos, así como poner vuestro twiter y Facebook.
La llegada a Barcelos ha sido muy bonita, venimos muy bien de fuerzas y apenas nos hemos dado cuenta de la dureza de la etapa hasta que al llegar al hotel hemos visto que íbamos empapados en sudor.
La tarde ha pasado entre la comida (arroz con rape en el restaurante Solar Real, siesta viendo la cromo escalada del Tour y hablar con las niñas. Luego hemos ido a dar un paseo por el pueblo y hemos disfrutado de una agradable tarde sin zumbados peleando, aunque alguno había bailando. En la plaza hay montado un escenario en el que parece que cualquiera puede subir a hacer el chorra, porque lo que es tocar no toca nadie.
Hoy en Barcelos se ha cumplido otra de las teorías de las de Mar. Resulta que lleva todo el camino convencida de que e Portugal no hay niños. Bien es cierto que a lo largo de todo el camino no hemos visto casi niños y los pocos que hemos visto eran turistas. Eso le ha llevado a una gran preocupación a la altura de que las casas tengan todas las ventanas de la parte de delalante cerradas (también está en esta línea que los portugueses no montan piscinas porque aquí hace mucho frío y el agua no se calienta). Hoy ha acabado lo de que no hay niños porque los hemos visto todos aquí, lo que le lleva a pensar que debe ser que los han concentrado los de todo Portugal en Barcelos (yo creía que se los comían de pequeños para evitar problemas cuando crecieran)
Y la cena en Dom Antonio nos ha llevado hasta un paseo posterior a la luz de la luna hasta el escenario de la plaza en el que tocaban, o algo así, un grupo folclórico del lugar. Y cuando digo cantar me refiero a que emitían sonidos acompañados por instrumentos musicales porque lo que se dice cantar no cantaban un pimiento.
Así termina el día y preparamos la etapa de mañana, larga y compleja.
Vilarinhos
Retomando el camino
El día de ayer pasó entre descansar y la visita a algunos de los rincones más bonitos de Oporto. La mañana nos llevó hasta Gaia para ver una bodega de vinos, la Burmester. Allí coincidimos con una pareja de señores de Brasil que vivían en Madrid y dos matrimonios españoles, de Roquetas de Mar. El vino de la degustación y las fotos de rigor permitieron la confraternización de todos hasta comprobar que los almerienses conocían a gente de Oria y habían hecho parte del camino de Santiago, concretamente desde Sarria «sin coches de apoyo», insistieron en la autenticidad de su camino.
Tras una pequeña explicación por mi parte sobre la historia del Oporto y su relación con los ingleses y otra sobre mis caminos a Santiago nos despedimos. Nosotros nos encaminamos hacia una marisquería a la que le habíamos echado el ojo por la mañana y que estaba cerca del hotel, la marisquería Acuario. Allí dimos cuenta de un estupendo arroz de marisco regado con un estupendo vinho verde. La compañía era una pareja de portugueses a la que se unió, a última hora, un matrimonio de españoles a media cocción, es decir, de los que salen de España y piensan que como el bar de su pueblo nadie hace los huevos fritos salvo la propia mujer (sin duda ama de casa). Montaron un espectáculo muy a la moda de los españoles en Portugal al intentar hacer entender al camarero que el vino aquí es peor que en España porque el blanco tiene mucho gas y es «como la gaseosa» (sic)
Sin mayores incidencias nos retiramos al hotel, Marcame (así denomino ahora a mi compañera desde que ha decidido nombrarme como juanmacapa) a planchar la oreja y dormir la mona que había pillado entre la cata de Oporto y el vinha verde de la comida. Yo me dediqué a intentar superar a mi hermanita al candy crush saga tras haber comprobado que la muy desgraciada está haciendo horas extras y ha llegado tres niveles por encima de mí. Estuve toda la tarde y parte de la noche hasta alcanzarla y sigo en ello para ver si pongo las cosas en su sitio y le vuelvo a adelantar, aunque el nivel 130 se las trae.
Después de la siesta reparadora de Marcame y de haber lavado por enésima vez su camiseta de los restos de la lucha con las gambas de la comida mezclada con la abundancia de alcohol (su camiseta va a dos lavados de manchas al día), nos fuimos hacia la librería de Lello & Irmao a hacer unas fotos y comprar algún pequeño recuerdo que cupiera en la mochila sin pesar demasiado. Por supuesto grabé algún vídeo del lugar a pesar de la prohibición.
De la librería al Bar Ponte Pensil, lugar romántico, bello e ideal para pasar una tarde tranquila contemplando pasar el tiempo y los turistas, y si tienes frío los camareros te colocan una mantita azul celeste sobre los hombros que te protege también de la humedad (por supuesto que Marcame no se pondría nunca una de estas tras haber pasado por cubrir cuerpos desconocidos).
Y en este momento tengo que volver a hacer alusión a la parte más entretenida de nuestro viaje: las teorías de Mar. Para mi querida compañera todo lo que ocurre en esta vida debe tener una explicación que, por supuesto, ella misma se inventa. Os pongo un ejemplo de teoría clásica: de todos los restaurantes de la zona de la Ribeira ella dice que el primero ( junto a la plaza) es el que más lleno está siempre. Ella tiene la teoría de que esto es así porque como es el primero todos los turistas tienen la simpleza de no molestarse en buscar más y se quedan allí. Por supuesto cada vez que pasamos por esa terraza (unas 10 al día) ella me vuelve a contar su teoría. De nada sirve que yo intente argumentar cosas como que hay turistas que vienen de la otra parte del paseo y para ellos ésta es la última terraza (la de la otra punta siempre está vacía), o le digo que solemos ver a los turistas dando vueltas mil veces antes de elegir el lugar. Ella me responderá siempre con argumentaciones que son completamente inventadas pero a las que ofrece tal grado de firmeza que es absurdo seguir argumentando. Así te contestará que los turistas que vienen del puente todos han pasado primero por la terraza porque venían de la plaza y que sí viene del puente es porque están de vuelta. Sobre lo de mirar otras cartas te dirá que es sólo para confirmar que la opción que han tomado es la más adecuada porque los otros restaurantes son más caros, más baratos, más sucios o cualquier otra cosa. En definitiva, yo no me molesto en argumentar nada y ella se queda tan contenta con su explicación.
Teorías como estas pueden surgir unas docenas todos los días sobre cualquier tema o persona. Si vemos una pareja ella establece el tipo de relación que tiene o su estado de ánimo.
Otra de las cuestiones que le preocupa cada vez que nos ponemos a comer en un restaurante y ve una pareja sentada es que las parejas se comunican poco. Su teoría es que están cansados el uno del otro y por eso no hablan sino que miran la tele, sus teléfonos o, simplemente se ignoran. Esto, por supuesto,no nos ocurre a nosotros gracias a que ella no para de contarme esas teoría y de ese modo ni me deja ver la tele, ni puedo revisar los correos del teléfono, ni jugar al Candy cuando se recuperan las vidas. Ella sí tiene una buena comunicación de pareja.
Pues así las cosas y tras dos estupendas cervezas nos fuimos a cenar al restaurante en que habíamos comido el día anterior y que contaban con una parrilla estupenda en la que se asaban los pollos y demás lindezas. La cena ha sido suave y plácido el paseo hasta regresar al hotel para preparar todo y salir temprano.
A las seis menos cuarto ha sonado el despertador y nos hemos puesto en marcha. 25 km de carreteras entre casas, polígonos industriales y coches a toda pastilla intentando aniquilar peregrinos. Al salir hemos encontrado una padaría para desayunar y allí hemos coincidido con los italianos a los que hemos saludado afectuosamente (por fin confraternizamos con ellos). Hemos visto algunas parejas de peregrinos a lo largo de la ruta y sin grandes dificultades hemos llegado hasta Vilarinhos, a Casa da Laura. Otra vez el paraíso en el camino en habitación de matrimonio por 20 euros los dos. Todo súper limpio y muy bien atendido, sigue siendo un placer por los buenos servicios y la simpatía de la gente aquí.
Nos hemos duchado, hemos lavado y nos hemos ido a comer al restaurante del pueblo junto al castillo.
La tarde se plante muy peregrina ya que poco a poco van llegando nuevos turi-bici-peregrinos que seguro que acabarán compartiendo velada, entre otras cosas porque no hay mucho más que hacer aquí.
En la comida hemos demostrado nuestras habilidades en eso de comer en Portugal sorprendiendo al propio camarero que nos ha reconocido que es la primera vez que se entiende tan bien con peregrinos españoles en eso de explicar lo de la canaca, el frango y demás. Yo le he argumentado nuestra experiencia en estos temas y en cuestiones como el bagazo.
Marcame se ha retirado a sus cuarteles a eso que tanto le gusta después de comer y yo me he puesto a jugar (casi paso de nivel un par de veces y gano a Inma) y escribo la entrada del día.