Entre viñas

Al caer la tarde nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Acabamos tomando una cerveza en la plaza de los fueros. Después de un debate intenso sobre el lugar de la cena las chicas se acabaron decidiendo por el chino frente al plato combinado del restaurante del mediodía. Al llegar no había nadie y hacía un calor terrible, lo que auguraba una cena de pesadilla. Sin embargo, el local se fue refrescando al poner el aire acondicionado y la gente fue llenándolo.
He de reconocer que la comida estaba bastante buena, de los mejores chinos en los que he comido. La sopa de aleta de tiburón buenísima y lo demás también.
Sin mucha novedad regresamos al albergue dispuestos al descanso aunque la noche aún nos deparaba una última sorpresa. Llegando comenzó a sonar bastante cercano un concierto de rock a toda pastilla. El sonido fue en aumento mientras llegábamos y preparábamos las cosas y no ha terminado hasta las cinco de la mañana. No hemos pegado ojo en toda la noche ninguno, bueno, una sí que ha dormido. Al amanecer Mar hija ha abierto los ojos y desperezándose como quien se levanta de un reparador sueño de más de ocho horas ha pronunciado un simple ¿Pero qué ha pasado? Le hemos arrojado todo lo que teníamos a mano y así nos hemos dispuesto todo para bajar a desayunar.
El albergue ha estado muy bien, limpio y cuidado, si acaso podemos poner como un fallo el desayuno: es caro y bastante simple. Un café con leche, un zumo de bote, unas magdalenas y unos trozos de biscotte con margarina no justifican los cuatro euros por cabeza.
A las siete y media salíamos por la puerta y nos hemos encontrado a los franceses que llevan el coche de apoyo. Este es un grupo de siete que llevan una furgoneta enorme en la que llevan todo, son un grupo de gente bastante mayor con la que coincidimos en muchos lugares, la furgoneta les va esperando en los cruces para prestarles asistencia y ellos van sin mochilas.
Son el tipo de peregrinos a los que yo denomino franceses-franceses. Es decir, lo más profundo de un francés. En el camino he conocido muchos de estos peregrinos, el prototipo lo recuerdo en el camino de Puy hace ya algunos años cuando lo hice con Joseba. Coincidimos con un grupo de peregrinos en un albergue, en la parte final. Éramos los únicos extranjeros y ellos se encontraban a sus anchas. A la hora de la cena, francesa, nos enfrentamos a una suculenta pierna de pato cuando el portavoz del grupo nos comenzó a hablar de sus peripecias en el camino en España. Nos dijo que se podía hacer el camino sólo con conocer las palabras «jamón» y «vino». En ese momento tomé la palabra y en mi más perfecto francés le dije que era una pena porque se había perdido un montón de cosas por no conocer su nombre, que además había pasado por España como un mal educado si no conocía las fórmulas de saludo. Le dije que gracias a que yo sí era capaz de distinguir las distintas partes de un pato, o las ensaladas de gésiers había disfrutado de platos deliciosos y que era un placer decir buenos días a los amables ciudadanos con los que nos encontrábamos a lo largo del día y que tan amablemente nos trataban.
Los peregrinos franceses-franceses sólo hablan en francés, desconfían de todo, saludan en francés porque no se molestan en aprender lo más básico en nuestra lengua. Por supuesto consideran aún a los españoles como gente ruda y de segunda y pretenden vivir una experiencia de camino más parecida a un Safari. Por supuesto en los restaurantes se quejan por la cantidad y por el precio (aunque suele ser más barato que en su tierra y de mejor calidad y servicio). Repiten hasta agotar la fuente de la sopa sólo porque no les van a cobrar más y mojan todo en abundante pan hasta acabar con la botella de vino, que para eso lo han pagado. En definitiva, clase medía francesa que viene a España con la idea de llegar al tercer mundo en donde ellos se consideran ricos, aunque luego descubren que apenas les llega para peregrinos medios.
Poe supuesto con ellos no es posible establecer ningún tipo de relación porque van en grupos cerrados y no suelen hablar con el resto.

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La etapa de hoy comienza junto al monasterio y bodegas de Irache, en la fuente del vino. La primera parte atraviesa un hermoso bosque de encinas hasta llegar a Azqueta. Desde allí es un constante sube y baja, sin grandes desniveles pero que se hace bastante duro entre viñas y campos de cereal. Con mucho calor se acaba haciendo muy duro porque tampoco hay muchas posibilidades de parar a tomar algo. Hemos hecho un descanso en Villamayor de Monjardín y desde allí 12 km sin nada más que campo, calor y polvo.
Las bicicletas han sido hoy un constante peligro ya que van a toda leche sin tener en cuenta a la gente que vamos a pie. Se acaba convirtiendo en un peligro y ni siquiera se molestan en saludar.

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Poco antes de llegar a Villamayor de Monjardín está la fuente medieval.

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Mucho peregrino, mucha bicicleta, mucho calor y muchas viñas. Así hemos llegado a Los Arcos sin mayor novedad. Etapa bonita por lo variado del paisaje pero dura por el calor. Mañana nos espera lo mismo pero más largo.

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En los arcos nos hemos alojado en La casa de la abuela, un lugar agradable, a buen precio y muy bien cuidado. Estamos en las habitaciones del granero, arriba de todo con un baño compartido para las dos habitaciones.
Al salir hemos encontrado en la plaza una degustación de chistorras que hemos aprovechado para tomar un aperitivo del lugar. Luego hemos ido a comer a la sidrería: cara, poca variedad y encima no tenían el menú del día por ser domingo. La comida está buena pero escasa. Y encima no tenían tele para ver la salida de la Fórmula 1. En definitiva, mejor hemos regresado a dormir la siesta e intentar escuchar algo porque no hay cobertura 3G en todo el pueblo y sólo en la parte baja del albergue se puede acceder a internet con la wifi abierta que tienen.

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Resumen de la etapa (hoy sí ha funcionado bien el iPhone): 21,6km en 4 horas y 22 minutos, a una media de 5km/h.