Agotando Portugal el camino es cada vez más Galicia en paisaje, costumbres y personas. También el cambio lo hemos notado en cuanto a peregrinos desde la salida de Oporto. La cantidad y la calidad de nuestros compañeros de paseo nos hace recordar cada vez más que nos acercamos a nuestra meta de Santiago.
Y también parece que se despiden de nosotros las conexiones compradas en Lisboa para teléfono e iPad: ayer fue la tarifa plana del iPad la que acabó su vida y me dejó unas horas sin poder recuperar terreno a mi hermana en esto,del Candy crush (hasta que encontré una wifi abierta en el pueblo). Hoy ha muerto el saldo del teléfono y creo que no le deben quedar mucho a las dos megas de internet del galaxy. Esta situación ha provocado que en estos dos días no pueda publicar y por eso escribo las entradas y las publicaré cuando entremos en España y recupere mis tarifas normales.
Es cierto que el camino ha ido cambiando en estos días de forma significativa pero el mayor motivo de preocupación para mí está siendo la transformación progresiva pero irreversible de mi compañera de viaje. Al principio fueron pequeños detalles casi imperceptibles, como el que se permita hablar del camino del año próximo sin decir aquello de «yo no puedo hablar del camino siguiente cuando estoy haciendo este» o su organización en las tareas peregrinas (es para verla montar la mochila metódicamente, repasar las cosas del cuarto antes de salir, realizar las tareas fisiógicas al mejor estilo Joseba y depositar las llaves en el lugar adecuado).
La siguiente cosa que me hizo comenzar a darme cuenta del cambio ha sido su indiferencia ante la ausencia de desayuno al salir. En otros caminos esa cuestión era algo prioritario, la tarde anterior la pasaba pensado en ir al súper a comprar galletas o los malditos,batidos de chocolate porque ella decía que con el estómago vacío le podía pasar algo malo en el camino. Pero en este camino sólo lo hizo en los primeros días, poco a poco se le escuchaba decir cosas como «pues tampoco es tan importante eso de salir desayunado» y llegó un día a decir: «la verdad es que no apetece tomar nada a primera hora, es preferible esperar unos quilómetros a tomar algo porque entonces tienes más ganas».
La prueba definitiva fue el día que no encontramos nada en el lugar previsto para el desayuno, a unos 10 quilómetros de la salida y sabíamos que no había nada en otros diez más. Ella, con toda la naturalidad del mundo y sin preocupación alguna me soltó, casi a bocajarro un «vaya, tendremos que hacer otras dos horas de camino para tomar algo, igual estamos tan cerca del final que no nos apetece para entonces». Claro, para aquellos que no conocéis a Mar quizás no os sorprenda tanto pero para los cercanos el hecho de que no se dejara arrastrar por el desánimo, por los peores pensamientos y el que no pasara el resto de la etapa sufriendo desmayos mentales a cada diez pasos por no haber tomado nada, os parecerá que hablo de otra persona.
También en el tema de la comida se ha producido un cambio espectacular. Ella, la que vigilaba todo alimento, miraba todas las fechas de caducidad, la que supervisaba los niveles de higiene en cada rincón. Aquella que pedía agua para evitar el consumo de alcohol y buscaba las verduras cocidas para equilibrar la dieta. Sí, Isa, esa que detesta las sopas hasta el punto que sólo tú y yo conocemos… Pide sopa de verduras en comida y en la cena, se toma las cervezas al ritmo de un peregrino sediento, bebe vino en las comidas hasta llegar al nivel de «alegría» de marcharse la camiseta. Se termina los platos enteros con todo el arroz cocido y demás acompañamiento e incluso algunas veces sigue con el mío. Desde qué ha descubierto que, a pesar de comer de todo, los pantalones cada vez le están más grandes ha llegado incluso a robarme las patatas fritas de mi plato. Y ayer me hizo algo que nunca había visto. Llegamos a un bar después de 20 quilómetros de camino y mientras yo fui a pedir algo de beber ella entró en la tienda de al lado y salió, triunfante con tres bollos de pan y varias lonchas de jamón de York. Le pregunté cómo llevaba tres bollos porque yo no pensaba comer más de uno pero ella no dijo nada. Puesta de medio lado, evitando mi mirada comenzó a devorar el primero y antes de que me diera cuenta se había zampado también el segundo, sin preguntarme ni nada, sin un mínimo de cortesía peregrina, sin compartir como buena pareja. En lugar de decirme, como siempre, «cómetelo tú mejor» lo devoró con avaricia, con alevosía y premeditación. Cuando le reprendí en su actitud puso mirada asesina dejando claro que ese era su territorio y aquel su bocadillo.
Yo ya le he dicho que tenga cuidado porque cada vez se parece más a Joseba, hoy incluso me ha animado a adelantar a unos peregrinos que iban subiendo una de las cuestas más duras al mejor estilo de las tachuelas de mi amigo de Bilbao.
Entre tales pensamientos transcurridos casi dejamos de lado la anécdota que ocurría en la mesa de al lado de la de Mar y sus bocatas. 5 peregrinos, 5. De origen desconocido pero que llevaban un niño con ellos de unos 3 años, con unas mochilas de unos 20 kilos cada uno además de una silla mochila para llevar al niño cuando se cansaba, botas de cuero tipo Pirineos, camisetas de algodón de las de publicidad barata y de primer día de camino se instalaron a almorzar. Una de ellas llevaba una cámara de unos dos quilos de peso con la que no paraba de hacer fotos a todo, paisajes, compañeros, mochilas o frutos podridos caídos en el suelo. Yo siempre había sentido curiosidad por saber qué pueden llevar en la mochila esos peregrinos que llevan semejantes monstruos en sus espaldas. Para nosotros un par de mudas y algo de aseo y botiquín no pasa de los 6 ó 7 quilos pero ayer lo descubrí. Nada más sentarse todos y hacer un corro como conjurando los malos espíritus uno de ellos sacó un cubierto metálico completo de la mochila (pero de los de camping de verdad, enorme), varios trapos de cocina y una toalla de baño de las de casa (con rayas longitudinales multicolor difuminadas por el paso de los cuerpos y los tiempos). A continuación se saca media sandía cual mago de feria y PLATO DE LOZA. Sí, como digo. No uno pequeñito, no. Un plato llamo de los de la vajilla de casa, de loza gorda y de un color lila intenso. Alucinados nosotros contemplamos cómo repartían las tajadas y las comían hasta la parte verde. Por supuesto ocuparon dos mesas del bar, lo ensuciaron todo pero no consumieron ni un botellín de agua, cosas peregrinas.
Por lo que respecta a las etapas nada diferente a lo visto el año pasado. Camino muy bonito casi sin asfalto y cada vez más verde. Hasta Ponte de Lima un largo paseo entre aldeas pequeñas sin servicios y casas salpicadas por todas partes entre lo más pobre unas y espectaculares otras. Cada vez el terreno es más sube y baja y la temperatura acompaña, sobre todo en la primera parte de la etapa, luego el calor va subiendo sin llegar a molestar demasiado. Mar ha recuperado sus pies muy bien y sólo tiene las molestias de las plantas.
Al llegar a Ponte de Lima en el mismo restaurante nos ofrecieron habitación por 30 euros con baño propio, aunque fuera. Es una casa antigua pero está arreglada y muy limpia. Hemos comido con el peregrino José que estaba degustando un plato típico de la zona consistente en una arroz mezclado con sangre (eso creo) y todo tipo de partes del cerdo. Nos ha contado algo de sus andanzas por estos días y luego nos hemos visto por la tarde tomando un vino en la plaza.
La tarde tranquila y la cena romántica, todo lo que se puede con mi nueva compañera estilo Joseba.
Esta mañana a las 6:30 en alza para ir a desayunar a las 7 y después hacer la etapa más bonita y más dura del camino. 18 quilómetros subiendo lo más parecido que hemos tenido a un puerto de montaña con un desnivel de casi 400 metros. Luego llegada al «Reposo del peregrino» que está reformado y tiene habitaciones de matrimonio nuevas y estupendas por 30 euros y desayuno y lavado de ropa a máquina incluido.
Ahora en el bar del año pasado (ver resumen porque la situación es la misma) y cena con transporte en coche.
Ahhh! se me olvidaba que al salir del restaurante de comer unos marroquíes nos querían vender un ventilador. Ha resultado que viven en Valencia pero han vivido en Huercal-Overa. Al final Mar las ha comprado un reloj y hemos estado charlando con ellos sobre Marruecos, el Ramadán, sus familias y la visita a la Meca. «Historias peregrinas»
Y mientras escribía esto hemos contemplado el deporte popular de la aldea: mirarle las tetas a la camarera del bar. Cuatro paisanos al más puro estilo paisano casi perdían los ojos tras el generoso escote de la que sólo estaba protegida por la barrera de la barra y la máquina del café. No es que la muchacha se esconda mucho y el punto culminante era pedir otro vaso de vino, que los tiene justo debajo de la barra, lo que permite una perspectiva mucho más profunda. Ni que decir que han pagado varias rondas cada uno y han salido dando tumbos en sus coches habituados a las tajadas después de la visita dado el estado de sus parachoques.